En 1663, durante su estancia en Madrid, Pedro de Mena recibio el encargo de esta Magdalena penitente para la Casa Profesa de Jesuitas de la capital, que realizó a su vuelta a Málaga en 1664 -según consta en las tres inscripciones de su peana-, inspirándose en otra escultura del mismo tema conservada, al menos desde 1615, en el convento madrileño de las Descalzas Reales y relacionada con la producción del maestro vallisoletano Gregorio Fernández. Partiendo de un modelo ajeno, Mena realiza una de sus creaciones más personales y una de las cumbres de la plástica hispana. Resuelta con esencial simplicidad, la figura se envuelve en una rígida estera de palma concentrando la expresividad en el rostro y las manos; demacrada por la penitencia, sumida en una dolorida reflexión se abstrae en un mudo diálogo místico con el Crucifijo que sostiene en la izquierda, mientras se lleva la derecha al pecho en un explícito gesto exaltación contenida. La extraordinaria calidad de la talla se completa con una magnífica policromía naturalista haciendo de esta escultura una de las que mejor reflejan la habilidad técnica de Mena.